Cómo olvidarme. Mi vida cambió para siempre en aquel momento. Quizá las revistas me atraparon definitivamente en ese instante. Aquel día que abrí el penúltimo cajón de los diez que tenía el viejo sinfonier de mi padre, y encontré dos o tres Playboys de los setenta, permanece aún fresco en mi memoria. ¿Por qué ya no hay revistas eróticas? ¿Por qué hemos renunciado a uno de los grandes géneros del quiosco? Ese que mezclaba erotismo, buena fotografía y estupendos reportajes periodísticos sin salirse de la ralla, sin cometer excesos, respetando los límites. La respuesta la tiene, desde luego, la tiranía del mercado, y el maremoto de pornografía que todo lo arrasa. Pero el lector se mantenga ojo avizor que todo vuelve… o al menos lo pretende.
La industria de la edición mundial asiste atónita a la descomposición de Playboy –que llegó a vender más de diez millones de copias- destruida por la falta de dirección editorial durante años, vergonzante por firmar un tremebundo canal pornográfico de distribución internacional, habiendo renunciado a la mansión vendida a un nuevo rico, con su línea de ropa y merchandising reinando en los mercadillos más cutres, y lo que es peor, con su revista y sus ediciones internacionales de charco en charco.
Seré aún más claro. A Playboy ya nadie la ronda. Y a mí me da pena. Recomiendo encarecidamente el documental que analiza lo que Heffner (91) y Playboy hicieron por la sociedad moderna. Heffner arrancó una revolución –luchó contra muchos estados que declaraban la sodomía como delito-, pero Playboy, o mejor dicho sus herederos y sus gestores, han cometido con la revista un error tras otro… Supongo que por la ausencia de olfato de su editor y por los efluvios euforizantes de la codicia. Recientemente hemos sido testigos de algunos de los más gordos, cuando su nuevo director anunció que la revista no incluirá más desnudos. Ni en la portada ni en el interior. ¡Que diría Berlanga de semejante aberración! ¿Se imagina al lector a la Coca-Cola anunciando su renuncia a las burbujas? Pues en esas andan… mientras amantes del grafismo y adoradores de Johannes Gutenberg coleccionamos viejos Playboys comprados en el mercadillo neoyorquino de Hell Kitchen los domingos bien de mañana. Hace unos meses el responsable de uno de los puestos me contó cómo le había vendido al doble de precio un viejo ejemplar a un hombre que presumía que la chica de portada era su mujer (hace veinte años). Al vendedor lo que más le asombraba es que seguían aún casados.
En esta panorama devastador cualquier ensoñación de publicar una revista erótica queda frenado por el miedo del editor y su equipo financiero a que los anunciantes no le apoyen. ¿Se imaginan ustedes al director del proyecto yendo a ver a Procter and Gamble a explicar que el erotismo bien encauzado es un lenguaje que conecta con una audiencia de alto poder adquisitivo? Y que Calvin Klein la utiliza, y Gucci y Prada y bla bla bla. La escena es, al menos, de Inocente, Inocente en su primera temporada.
Sin embargo, en este panorama de medios fast food hay excepciones, algunos galos valientes que reman contracorriente. Con interés sigo hace años el caso de Lui, la vieja cabecera inventada en noviembre del 1963 por el legendario editor, ya retirado, Daniel Filipacchi (88 años), en busca de la interpretación francesa de lo conseguido por Playboy una década antes. Ya se sabe, los franceses tienen que volverlo a cocinar todo ellos. Les recuerdo a los más jóvenes que Lui –en la transición en el quiosco ibérico valía todo- llegó a tener incluso una malograda edición en España entre el 77 y el 78. En Francia dejó de publicarse en 1994, aturdida por la incipiente avalancha digital y la pérdida de influencia del erotismo ante las nuevas generaciones. Tras un traspaso bajo manga que la arrinconó durante meses al rincón de la pornografía más dura de la mano de Michel Birnbaum, Lui renació el 5 de septiembre del 2013 auspiciada por Jean-Yves Le Fur con Frederic Beigbeder como director y con la actriz Léa Seydoux como primera portada.
Y ahí están, peleando con uñas y dientes en el mercado publicitario con desigual acierto. Es frecuente ver sus portadas publicitadas en los quioscos que la familia Decaux apadrina en la capital francesa. Su director presume de ser uno de los agitadores del sector en estos años en los que aún pocos comulgan con mi lema: Print is the new digital. Su estrategia es sencilla: ofrecer a los bookers de las modelos recuperar el erotismo chic. La estrategia no tiene nada de nuevo, pero para la portada del Lui francés ya se han retratado Kate Moss, Naomi Campbell, Monica Bellucci, Alessandra Ambrosio, Lily Aldrich, Isabeli Fontana, Natasha Poly o Rihanna. Y las que vendrán.
Personalmente tengo algunos peros: pasado el efecto sorpresa, el poso es incierto. Las sesiones de portada de Lui son más o menos iguales que las que podemos ver en cualquier revista internacional de moda, o incluso levemente inferiores. De erotismo tiene más bien poco. O escrito más claramente, las sesiones más sensuales de la revista no ocupan su portada. Cualquiera de los reportajes fotográficos del Playboy de los sesenta o setenta desprenden más calor que las covers de Lui. Aun así, la revista parece haber revitalizado tímidamente el formato y ha dejado abierta la puerta a nuevas incursiones.
Desde estas tierras merece la pena acordarse que cada semana tenemos en el quiosco Interviú, fundado por Antonio Asensio (padre), dirigido por el estupendo periodista Alberto Pozas, y que su hijo edita con tesón y orgullo familiar, aunque parece que a la revista se le ha escurrido una de sus principales municiones, el desnudo de actualidad. Que nadie se olvide que la portada de Pepa Flores (Marisol), fotografiada por el veterano César Lucas, vendió más de un millón de ejemplares. Y que el récord se batió en otras ocasiones con destetes legendarios en portada de Lola Flores o Marta Sánchez.
¿El futuro? Mi olfato me dice que podemos tener sorpresas. Que los anunciantes también fueron reticentes en los inicios de Playboy y sus congéneres. Y que de una propuesta independiente podríamos vivir la resurrección del género. ¿Que por qué no me animo? Ahora mismo, estoy de vacaciones.