Navego el gran canal de Venecia bajo la luna llena del jueves 16 de septiembre. El satélite ilumina con fuerza el Palazzo Ca’ Pesaro -Gallería Internazional D´Arte Moderna-, en el sestiere de la Santa Croce. Sentado en la proa de una Riva me pregunto si la luna riela por la marcha del turismo veraniego que agosta la ciudad, o para celebrar el regreso de Gabrielle Chanel. Los dos son buenos motivos.
En mi taxi-bote soy el único hombre además del barquero, que como estamos en Italia parece más un modelo que un conductor de barcaza. El resto del pasaje, hasta el octeto, son elegantes mujeres llegadas de los puntos más remotos del planeta, periodistas y relaciones públicas de la firma, que visten y se complementan de Chanel. Yo huelo a Allure Sport.
Nos dirigimos a la inauguración de la exposición La Donna Che Legge (la mujer que lee), que evoca la gran pasión de Gabrielle Chanel por la literatura. Como en el cocktail Coco solo estará en espíritu, nos espera Keira Knightley (31), aunque más exacto sería escribir que somos nosotros los que la esperamos a ella. El negro es el color más usado por los invitados. Keira compite con la luna llena y también refulge.
A continuación algunas pistas para empujar al lector a visitar Venecia este otoño con un libro bajo el brazo. Noviembre es el mejor mes.
La Donna Che Legge
No es fácil explicar, una vez más, el legado de Gabrielle Chanel y su poderoso influjo en nuestra sociedad (Time la eligió uno de las cien personas más relevantes del siglo XX). El comisario Jean-Louis Froment, ex director artístico del Museo De Arte Contemporáneo de Burdeos, ha elegido, con extraordinaria eficacia, en esta exposición –la séptima de la andadura de Culture Chanel por el mundo- lo que la literatura y Venecia influyeron en la personalidad de Coco.
La muestra (hasta el 8 de enero de 2017) describe el rico universo de Gabrielle a través de libros, dedicatorias, fotografías, pinturas, dibujos y esculturas, algunas conservadas en su apartamento parisino y otras cedidas por coleccionistas y museos. Relatar la lista de piezas sería menospreciar el efecto sorpresa, pero les garantizo que nunca se ha visto reunido un material tan solvente. Recomiendo documentar previamente a la visita con la página web que Chanel tiene ya abierta para contextualizarla la experiencia. No estaría de mas una consulta a la basta bibliografía y filmografía que hay sobre su vida. La cantidad de documentos relacionados que se exhiben en Ca’ Pesaro pueden abrumar si el visitante no se sitúa dentro del contexto.
Coco y Peggy
Peggy Guggenheim, la rica heredera de la siderurgia norteamericana, es aún hoy la “alcaldesa” no oficial de Venecia. Sobrevivió a Coco Chanel ocho años, y se me antoja que este otoño que se aproxima, compartirían bien a gusto un negroni, planeando rediseñar las camisetas de los gondoleros, sentadas en uno de los bancos de mármol de la fachada del museo, con las lapas gigantes de los escalones como testigo.
No se te ocurra marchar de Venecia sólo con Coco en tu maleta cultural. La casa museo de la rica heredera Peggy Guggenheim es parada obligada. Su jardín, entre cuyas raíces reposan las cenizas de Peggy junto a las de sus perros (Cappucino, Pegeen, Peacok, Toro, Foglia, Madam Butterfly, Baby, Emily, White Angel, Sir Herbert, Sable, Gypsy, Hong Kong y Cellida, que la sobrevivió tan sólo unos meses) detiene el tiempo a escasos metros del gran canal. Tampoco te vayas sin comprar una de las gafas caleidoscopio de Peggy, que es uno de los souvenirs más divertidos de la ciudad para chicos, grandes y chicos grandes.
Un paseo por el Castello
Venecia pierde un millar de habitantes al año. Son cifras del padrón municipal. Huyen, como las ratas de la peste. La peste son los más de 20 millones de turistas que visitan la ciudad, como hice yo esta semana. En los canales los venecianos han comenzado a colgar rudimentarias pancartas hechas con tela de sábana en las que reivindican no abandonar Venecia, no rendirse.
Para sentir la Venecia más real tienes que caminar por el Castello, el sestiere (el barrio) más grande de la ciudad, y perderte por las callejas que forman las viviendas de los humildes trabajadores del viejo astillero. El Castello, un poco protegido aún de la riada humana que siempre visita lo mismo, ofrece al trotamundos la otra cara, la de la vida real, y presume de tender la colada al viento y en sus buzones, el catálogo de Ikea que me avisa que el marketing todo lo vuelve global.
Un Bellini en el Harry’s Bar
Tras la visita a la muestra propongo recuperar fuerzas en al celebérrimo Harry’s Bar. El camarero tiene las mejores gafas de pasta de la ciudad y me atrevo a afirmar que al menos recibe un corte de pelo semanal.
Recomiendo la parte de arriba, que permite divisar los canales. Los Cipriani no sólo te dan de comer, también te venden, cómo no, souvenirs en las vitrinas. En la de la izquierda, la pasta y el pomodoro de la familia, que también encuentras en las tiendas Gourmet de Madrid, pero que comprados aquí saben más ricos. En la vitrina de estribor, la bibliografía de Arrigo Cipriani (84), de la que recomiendo The Life and Times of the Legendary Venice Landmark, aunque la oferta es extensa.
Los bellinis son diminutos (a 17 euros), las aceitunas regordetas, pero el carpaccio (bautizado así por la condesa Amalia Nani Mocenigo, cuyo médico le recomendó comer carne cruda y a la que el color le recordó la paleta de colores del pintor local Vittore Carpaccio) con mayonesa es de llorar. El diminuto espacio por comensal y la cuenta también te harán llorar, pero Venecia es así.
¿Aún no te he convencido? Si aún tu rutina diaria te hace dudar, imagina visitar la celda de Casanova, compartir un café en el Excelsior tras un paseo por la playa del Lido, refrescarse en los jardines del Hotel Cipriani, sestear en las sábanas recién planchadas del Hotel Aman (7 estrellas), estremecerse bajo los ocho mil metros cuadrados de mosaicos de la bóveda de la Basílica de San Marcos, visitar el primer gueto del mundo y salir y entrar con libertad; un café ristretto en la azotea del Danielli, descubrir la casa de Tintoretto, escuchar el silencio en la catedral de San Jorge de los Griegos, degustar una tabla de quesos en la terraza de la ostería Bancogiro (S.Polo 122) o subir al Campanile y contar las 40 islas de la laguna. ¿No es suficiente? Imagínate entonces que visitas Venecia enamorado, o que es allí donde encuentras el amor.