Hoy es el último día. La última noche después de ocho semanas. Así que este artículo no es un previo (como llamamos los periodistas a los reportajes que publicamos antes de un acontecimiento para llamar la atención del lector) sino una crónica romántica.
Desde el pasado 19 de octubre Armando Anthony Corea, norteamericano, pianista, compositor y arreglista, padre del baterista Thaddeus Corea, ha estado celebrando su 75 cumpleaños con dos conciertos –casi diarios- rodeado de grandes estrellas del jazz. 80 conciertos, 60 músicos a lo largo de 8 semanas.
Chick Corea –ahora si que te suena eh… pero aún no sabes si reconocerías algo de él- ha hecho en Nueva York un tour de force musical del que espero se hayan grabado todos y cada uno de los conciertos. Algo así como lo que hizo Prince en Wembley pero con invitados o lo que Michael Jackson se quedó sin regalarnos porque el Propofol (vaya palabro) nos lo arrebató.
Por los apenas 50 metros cuadrados del escenario del Blue Note en la calle 131 west 3rd Street. (212.475-8592) Corea ha compartido tablas y aplausos con –agárrense al teléfono cuando lo lean- : John McLaughlin, Herbie Hancock, Marcus Miller, Kenny Garrett, Brian Blade, Ravi Coltrane, Lenny White, Avishai Cohen, John Patitucci y así hasta 15 formaciones distintas entre las que merece la pena destacar la invitación a los españoles Jorge Pardo y Carles Benavent en una noche flamenca. El cumpleaños más grande jamás celebrado rezaban los carteles. Y así fue. Esta es la crónica de uno de sus conciertos la semana pasada, uno de los 80 conciertos más duros de la celebración, en homenaje al repertorio de Return to forever, su banda de jazz eléctrico creada en el año 1971.
La cita es a las 10.30. Ya saben que el Blue Note ofrece a diario dos sesiones, de tarde y noche. Mi consejo es que si vas a Manhattan dos o tres días ojo con reservar la segunda función o puede que el sopor del jet lag sumado a una buena pinta de cerveza Brooklyn te embote los oídos. No te olvides tampoco de que si compras las entradas por anticipado te garantizas entrar pero te da lo mismo porque tendrás que hacer la cola para coger una buena mesa.
Tampoco te rindas si quieres improvisar. Se puede entrar al Blue Note sin compra anticipada pero te tendrás que conformar con verlo en la barra lateral en un taburete. Eso sí, la media hora de espera en la cola tampoco te la ahorras. Por si te sirve, pegadito al Blue Note ha abierto un local en el que tú mismo te montas tus ensaladas con verduras y pescado crudo y te garantizas una cena sana. No te olvides de que en el Blue Note se come fatal. Pero que muy mal. Así que si puedes entrar cenado o aguantar a que acabe el espectáculo tu estómago te lo agradecerá. Aún voy más allá, limítate a la cerveza porque los gin tonics están tan mal puestos, te los dan tan encharcados de hielo de máquina que una botella de Brooklyn lager a morro te parecerá gloria bendita.
Tras la cola, más de media hora, en esta ocasión con un viejo músico de jazz que vagabundea intentando venderte su último cd casero, te enfrentarás a la cruda realidad: el Blue Note es un garito para turistas. Su programación oscila entre lo increíble y en ocasiones lo vulgar. Tiene delegaciones en Hawai, Milán (demasiado grande), Nagoya y poco más. Y hace conciertos, festivales y giras.
Hace un par de semanas Abel Matutes Jr inauguró su segundo hotel Only You en la capital (con algunos de los socios de El Corte Inglés en el proyecto), frente a la estación de Atocha, con un fiestón de la mano de Pernod Ricard y Seagrams y se trajo al pianista neoyorquino Bill Charlap a través de Blue Note. Lástima que el ambiente era de fiesta y canapés y no de escucha atenta porque el pobre Bill debió de sentirse un poco solo entre tanta multitud.
Tampoco el público del Blue Note en Nueva York es “jazz adicto” (solo algunos). Los seguidores más puretas prefieren la oscuridad del sótano del Village Vanguard, el Jazz Standard o el Smoke (ahí se cena mejor). La audiencia del Blue Note está compuesta por viajeros y trotamundos, rebotados de los musicales de Broadway en busca de algo de autenticidad antes de recogerse en el Airbnb de turno. Basta subir un poco la antena para escuchar, antes de que el presentador te advierta de apagar los móviles. Acentos argentinos, griegos, italianos, rusos u holandeses… y muy pocos neoyorquinos… pero claro ¿cuántos son los que pueden presumir de ser realmente de Nueva York?
Son las 10.35 y Chick Corea baja las escaleras y asoma una sonrisa de tecla de órgano eléctrico. Es el último en aparecer, como manda la tradición. Ha esperado a que todos nos apretujemos, algunos incluso están sentados de espaldas, en las mesas. Se mantiene muy joven y su sonrisa transmite muy buen rollo. Luce camisa desabrochada de franela de Uniqlo (39.90), rizos canosos y camiseta negra de algodón también de Uniqlo (14,99). Se viste como si tuviera 20 años pero tiene 75 y los últimos 50 ha defendido el jazz con la pasión y la fiereza de una madre que defiende a sus hijos ante el exceso de deberes que nos invade.
Durante casi dos horas las camareras (que a la primera de cambio te sugieren el 20% de propina) se deslizan entre las mesas mientras Corea y su banda juguetean con las notas. Antes del bis (Spain, con guiños a El Concierto de Aranjuez del maestro Rodrigo, es la canción elegida) la cuenta aparece por arte de magia sobre tu mesa.
Mis dos hijos se han quedado dormidos. Es su primer concierto de jazz. Espero que la música haya conseguido penetrar en la fase REM. Lo cierto es que solo han levantado la cabeza en los aplausos y marchan sonámbulos hasta el Uber. A la mañana siguiente les pregunto por el concierto. “No nos acordamos de nada…” Y me preguntan: “Chico Orea, papá, ¿fue el inventor de las galletas Oreo?”.