El próximo 1 de septiembre dejaré de editar y dirigir Esquire en España. Me han dolido hasta los empastes, pero ya puedo escribir sobre ello. Esta es la historia de cómo una separación puede ser dulce y agria como un buen chop suey de pollo.
He escrito en este periódico cómo logré en 2007 que Hearst confiase en mí para editar Esquire en España cuando nunca había montado una editorial.
Diez años después, debo devolver la revista a su legitimo dueño (Hearst la compró casi en quiebra a finales de los ochenta, a través de la empresa de broker de medios liderada por Wilma H. Jordan, la mujer de George Green, entonces presidente internacional de Hearst Magazines), salvándola de un cierre inminente, y globalizándola a todo gas desde entonces. Debo devolver la revista porque mi contrato ha caducado y ambas partes hemos cumplido lo pactado.
Es muy probable que el negocio de Esquire esté más en sus licencias internacionales que en la propia edición madre norteamericana, dirigida hace meses por el elegante periodista tejano Jay Fielden, que no sé si te has dado cuenta, pero ha modificado ligeramente el logotipo original con osadía y ganas de dejar huella. Fácil no lo tiene tras la excelente década de periodismo de David Granger, pero es cierto que Fielden ha hecho un gran trabajo –dentro de lo posible- resucitando Town & Country a base de electroshocks de picardía.
Algo he aprendido, a base de pintar canas, del oficio de editar y dirigir cabeceras internacionales (Forbes, T Magazine del New York Times, L’Officiel, Robb Report) y algo sé también del estupor y temblores que da dejar de editarlas (Harper’s Bazaar, Rolling Stone y Esquire). Edito con amor y cuando dejo de editar me duelen los huesos. Pero un rato. Solo un rato. Se me parte el corazón como cuando te deja un amor, pero hace años que he aprendido a ir al rincón a darme ungüento.
En febrero de 2009 Duncan Edwards, buen amigo, más ingles que el té de las cinco en el Hotel Savoy, cedió finalmente a la propuesta del “viejo” tejano Frank A. Bennack Jr. (84 años), vicepresidente de Hearst, buen amigo también, para que abandonase la Presidencia de la compañía en el Reino Unido, un mercado francamente complejo y rentable, para irse a vivir a Nueva York y hacerse cargo del verdadero negocio con las revistas, las licencias y joint ventures internacionales de sus marcas. Edwards se resistió como pudo tras una carrera larga en la compañía que comenzó como vendedor de publicidad, pero finalmente logró convencer a su mujer Sara, periodista, y se trasladó a Manhattan con sus dos hijos.
Su inquietud le llevó, primero a permitirme editar Harper’s Bazaar en plena crisis durante cinco años, y luego a sacar adelante una de las operaciones más complejas y grandes de la industria de las revistas: la adquisición por 660 millones de dólares de Hachette Filipacchi Internacional.
Duncan no quería comprar todo ese tinglado, en una operación que se ha demostrado de una rentabilidad complicada, y mucho menos involucrar a Hearst, que no tiene precisamente problemas de liquidez porque su 25% de ESPN, gestionado por Disney, llena de sobra sus arcas anualmente. La idea original de Edwards era comprar Elle América y Elle Inglaterra para consolidar el difícil posicionamiento de Harper’s Bazaar y vender ambas revistas en paquete a los anunciantes de belleza que son los que realmente soportan los elevados costes de la revista. Pero Arnaud Lagardere (56 años), hijo del venerado editor francés Jean-Luc Lagardere, fundador del conglomerado empresarial que lleva su nombre y creador de la mítica Paris Match (que aquí intentó editar Hachette con nefasto resultado), contestó que si Hearst quería quedarse las ediciones de Elle América y Elle Inglaterra, que aflojase la mosca y comprase todo Elle internacional. Hearst contraatacó pujando por la compra de Elle mundial (en Francia la revista es semanal) pero con Sarkozy -buen amigo de Arnaud- en el Elíseo y Carla Bruni como primera dama, con tantas portadas de la revista en su currículo, el semáforo se puso rojo. Y así la oferta fue subiendo y subiendo hasta que al final, Lagardere ‘obligó’ a Hearst a comprar todas las filiales de Hachette en el mundo, incluida, claro está, Hachette España, editora que conoció con el maestro Juan Caño al frente tiempos de esplendor. Caño, entonces, ya se había retirado y estaba escribiendo su imprescindible libro sobre revistas Revistas. Una historia de amor y un decálogo (Editorial Eresma & Celeste ediciones) y también el desternillante Los lunes al golf. Pistas para disfrutar de la jubilación (La Esfera de los Libros). Así que Hachette cambió de nombre y sus gestores pasaron de reportar a París a rendir cuentas a Nueva York.
A las pocas horas de firmarse el acuerdo Duncan Edwards me llamó para explicarme que nuestro contrato con Esquire y Bazaar no se vería afectado porque en Nueva York entendían que eran revistas que necesitaban una editorial pequeña, una boutique, y valoraban todo el riesgo que había asumido al lanzarlas contra nuestras espaldas financieras ya que ni en Francia ni en Italia han sido editadas por ahora. Pero la vida gira como el gusanoloco del Parque de Atracciones de Madrid y menos mal que es así. En Italia el próximo otoño Hearst editará Esquire solo en digital para ir tentando la suerte. Suerte amigos. Milán es una plaza veramente difficile.
Pero Duncan Edwards tiró la toalla o se vio forzado a pedir tablas hace un par de años y mi contrato de licencia para editar Esquire acaba el próximo 1 de septiembre tras diez años de gestión editorial al frente.
Durante un año David Carey, Presidente de Hearst y en paralelo Frank Bennack, hemos estudiado opciones para continuar nuestra relación con Esquire, pero Hearst España quiere tener, como ya hizo con Bazaar, sus títulos dentro del portfolio nacional y rentabilizar así una plantilla numerosa. Es lógico. Recibí con orgullo una propuesta, que agradezco de corazón, para trabajar para y con Hearst, pero el proyecto de Spainmedia tiene todas mis ilusiones y si en diez años, que cumplimos este mes, hemos logrado un posicionamiento destacado, rentabilidad y solvencia con los mejores socios del mundo, lo que imagino para los próximo diez merece la pena jugarlo en casa propia y con el mejor equipo del mundo.
Desde que publiqué Esquire, cuando nadie pronunciaba bien su nombre, el sector de las revistas masculinas ha cambiado radicalmente. Lo escribo con toda la humildad del mundo pero el detonante de dicho cambio fue la llegada de Esquire. Desapareció la legendaría Man de la que tanto hemos aprendido, DT fue vendida por mi amigo Daniel Medvene, FHM dejó de editarse, y llegó Icon como suplemento de El País. GQ se ha revitalizado y está mejor que nunca con mi compañero Daniel Entrialgo como director, con el que he compartido tantos buenos ratos imaginando Esquire.
Le deseo todo lo mejor al nuevo equipo de Esquire, que mejorará seguro lo que hemos hecho desde Spainmedia y le doy las gracias de corazón a Hearst por confiar en mí sus dos mejores títulos. Creo que sin nuestro entusiasmo ni Harper’s Bazaar ni Esquire estarían hoy en los quioscos, pero eso poco importa ya. Cuando la edité, hace diez años, no llevaba gafas, y solo soñábamos con llegar a fin de mes manteniendo a nuestras familias. Hoy tenemos una editorial de referencia en Europa, somos socios fundadores de este diario, recibimos proyectos cada mes, tenemos una emisora de podcast (Spainmedia Radio) por cuyos micrófonos pasan todas las semanas los contenidos más interesantes que las radios en abiertos no pueden gestionar y estamos vivitos y coleando.
No me quiero dejar en el tintero algunas vivencias como cuando convencí al legendario George Lois para que viniese a Madrid a darnos una clase, la portada que olía a El Bulli gracias a Ferran Adriá, el día que Steve Jobs y su equipo nos censuraron la portada que celebraba el lanzamiento del primero iPhone y palmamos más de 50.000 euros en reimprimir, Homer Simpson en portada de una revista para hombres con todo el equipo comercial de la revista flipando en colores y todos las compañeras y compañeros que nos ha ayudado y creído en que sacaríamos la revista adelante, a los que agradezco con todo cariño su entusiasmo. El quiosco está abierto, vengan, madruguen y compren algo.