Ayer viernes 1 de junio afile mi lapicero Mitsubishi 9800, preparé la libreta y regresé a clase. A Las Ventas. Con Manolo Molés (@manolomoles), el maestro del periodismo taurino. La Jarra y la Pipa (Alcalá, 147) está casi cerrado a la hora de las galletas, muy pronto vendrán los 15.000 fans de Fito Cabrales, que hoy llenarán el Palacio de los de Deportes. Quedar con Molés el El Burladero o en Casa Braulio (el de la Avenida de los Toreros), en El Ruedo o en Los Timbales es arriesgarse a no verle, a que no te dejen verle, es arriesgarse a no entrar.
Llega el maestro. Figura enjuta, bigote a lo Molés, camisa de Hilfiger, cazadora de nylon y paraguas, que “a los toros hay que venir preparao”. El periodista para un taxi frente a El Corte Inglés de Goya que, como todos, está pendiente de cómo acabará el Dimasgate y Molés le indica el recorrido. “No baje usted por la calle Alcalá, cuando llegue a Manuel Becerra, métase por la calle del Doctor Gómez Ulla, frente al Parque de Eva Perón”. El conductor sonríe al ver que el pasajero, templa y manda. En la calle Roma le señalo a Manolo el garage donde el crítico cántabro Joaquín Vidal se encerraba cada tarde al acabar la corrida a redactar sus crónicas para el diario El País (cuando el periódico le dedicaba a Vidal y a su manera de narrar la tauromaquia la portada). Lean el libro que recopila las crónicas de Vidal Crónicas Taurinas y si al leerlo no tienen ganas de lanzarse al ruedo con la americana, o de comprarse una Moleskine, entonces mejor dedíquense al Subbuteo (29,95 euros en Amazon).
Durante el trayecto Molés habla de Antoñete, su compadre, y de Chenel, el hombre, de sus malas rachas con el parné, de sus siete hijos, de sus mujeres, de cuando aparcaba en la Gran Vía en la puerta de Chicote, donde abrevaban las queridas de los militares de provincias con los toreros chulapos mientras los amantes estaban fuera. “Se sabía todas las que tenían piso y sabía cuando los queridos no estaban en la ciudad”. Chenel vivió quince años en Las Ventas, dentro. Dentro. Todo el año. Y con los amigos, “era coleguita de El Fary. Despistaban mercancías a los camiones que no tenían fuerza para subir la calle Alcalá a la Plaza de Roma. Uno saltaba, tiraba algo de lo que llevaran, y los demás se lo repartían corriendo por las calles”.
Mi recuerdo de Chenel es siempre agarrado a un pitillo, dejándose la pasta en las tragaperras del barrio. Primero fumaba y luego respiraba. “Siempre tuve claro que tenía que ser él el que comentase la Feria. Chenel veía cosas que nadie más veía en el toro. Nunca se equivocó. Escribí un libro sobre Antoñete, para la editorial de El Pais, ésa que estaba en Juan Bravo” (se refiere a Aguilar, ahora en manos del Penguin Random House que lidera con picardía Nuria Cabuti. El edificio Aguilar, uno de los más significativos del bulevar, lleva cerrado al menos siete u ocho años. Una pena.
Puerta de arrastre. El patio del desholladero huele a gintonic a la española: vaso grande, condimentos y mucho hielo. ¡Que levante la mano el que conozca un país que sirva mejor el gin and tonic que aquí! La Puerta de Arrastre es la puerta del beefeater. Entrar con Molés en Las Ventas es como acompañar a Springsteen al Madison Square Garden. Como quieras que te hagan caso lo llevas claro, porque todos, todos quieren hacerse una foto con él. Y él se las hace con todos. Molés torea con temple y buena muñeca. Me siento su guardaespaldas, pero él no deja que me quede atrás porque está muy pendiente de mí.
Sentados en barrera, sobre el burladero de la empresa, “estos son los franceses”, murmura, “los socios de Simón Casas (70). Aunque el 51% es de estos, y me señala una publicidad de Nautalia en el programa de mano”. ¿Porque no baja Casas? “Porque lo mismo se lleva una hostia, o un broncazo… que aquí son muy burros”, me dice Molés.
Casas es además el apoderado de Sebastián Castella (35), que hoy recibe aplausos por regresar a San Isidro dos días después de su cogida y torea su cuarto descalzo. Me parece, al menos raro, que empresarios taurinos también apoderen. “En Francia no está permitido. El toreo está más puro en Francia, sobre todo en las plaza menos turísticas. Allí hace tiempo que el empresario no programa, programan los aficionados. ¿Hace pasta Las Ventas, Manolo? “Pues claro… calcula una media de 800.000 euros por corrida en San Isidro. Multiplica por 35 y resta gastos”.
El que sí se asoma a saludar es Andrés Calamaro (56), que anda por la ciudad enfrascado en grabar nuevo disco. “Estoy preparando una revista… con JEOSM (@jeosmphoto) y nos cambiamos cromos para hablar de canciones y magazines”.
Suenan los clarines. Y la enciclopedia Molés se despliega. “Dicen que los monosabios se llaman así por un número taurino musical mexicano que trajo a unos monos que saltaban la barrera y así les pusieron”. Habla bajito. Te enseña con la humildad de los grandes. Y si te ve disfrutar, aún te enseñará más cosas. “Si quieres entender esto primero tienes que entender al toro. En cuanto sabes cómo va a ser el toro, sabes lo que va a hacer el torero”. Joder, ¿cuánto tiempo necesito para ver lo que tú ves? “No tanto», responde con elegancia el crónista para no desanimarme.
Es la tarde de Rajoy haciendo mudanza y algún espectador recalentado por el Lorenzo grita un !Viva Rajoy! El personal de descojona. “Mira en la sombra, abajo están los del PP, en la sombra, pero en los tendidos altos los del PSOE y en el sol, (ahora los del 7 pelean con los de la Grada Joven) los de Podemos».
A mi babor, Adolfo Suárez Illana (54), cariacontecido, de triste figura; detrás de mí, el anarcoide Mikel Urmeneta, que acaba de diseñar el cartel del festival de jazz de vitoria; el embajador del Perú, a estribor, tras el puesto de comentaristas con César Rincón de figura invitada, Vicente -Marqués de Murrieta- y Rubén Amon.
Le cuento a Molés que con Amón, Anaut, el arquitecto Carlos Manzano y otros secuaces hemos fundado la Peña Antoñete en el Club Matador. Le cuento que hemos editado el periódico Minotauro en el Club Matador y que ahí cuento que más de una tarde seguí a Joaquín Vidal hasta verlo esconderse en la garita del vigilante del Garage Roma antes de mandar sus memorables crónicas a El País. Quedamos en cambiarnos cromos. Yo le mando Minotauro y Molés me ofrece su biografía de Antoñete, su cuate.
Le digo que en otra vida me gustaría ser timbalero de Las Ventas y me cuenta la historia de Los Timbales (Alcalá, 227), el bar donde fuera de la feria se guardan los timbales colgados para goce de fetichistas, borrachuzos y creyentes del EuroMillón.
Y así toda la corrida, recibiendo cariño del maestro, enseñanzas, como hoy hará con otros. 35 corridas. Decenas de temporadas desde que su abuelo lo llevó por primera vez a una corrida en una Plaza de Castellón -“Es de segunda, pero muy taurina”-. Y en eso que Cayetano Rivera nos tira la oreja de su primer toro, peluda, áspera, negra como una aceituna. En el segundo se jugaría la vida a porta gayola y saldría airoso con una larga cambiada, de las que hemos visto tantas esta semana en la Carrera de San Jerónimo para vergüenza y descojone de los leones. Larga vida al maestro Manolo Molés y a su manera de contar que la pasión y la técnica pueden irse de fiesta.