Todo anda hoy revuelto en el Campus de Vitra. Es viernes 8 de junio. Hace el calor que entibia Madrid cuando San Fermín se despereza. Mientras paseo entre moscas y sillas de diseño, mis grupos de whatsapp hablan todos de lo mismo. “no podemos con más lluvias”. Lo que tiene revuelto la sede de Vitra en Well am Rhein (30.000 habitantes, Alemania) del fabricante de muebles con más reputación del mundo no son los turistas -370.000 el año pasado- sino los preparativos. Todo está patas arriba porque el domingo aterrizan los primeros visitantes de la cuadragésima octava edición de Art Basel (14 al 18 de junio) y cada año Rolf Fehlbaum (77), propietario de Vitra, aunque ya no es su ceo, abre las puertas de su casa y le da de beber a las influyentes tribus del arte internacional que se emborrachan retozando en sus praderas bajo el mantra: “Vitra no es vuestro, es nuestro”. Bueno, ese digamos que es el mantra cortito, el largo reza: “Ya sabemos que editáis a Charles y Ray Eames, a George Nelson, a Tadao Ando, a Ron Arad, a Antonio Citterio, a Konstantin Grcic, a Verner Panton… pero sus diseños son inmortales y por eso no son vuestros son nuestros”. Ilusiones, claro.
Que a nadie se le olvide que el origen de todo este despliegue es una fábrica, la fábrica donde Vitra comenzó su producción, bajo licencia, de la Lounge Chair que el matrimonio norteamericano Eames diseñó en el 54. El primer editor de la icónica revisión del sillón de descanso de los clubes ingleses fue el americano Herman Miller, el señor Felhbaum firmó su licencia para Europa y así comenzó todo. Bueno no todo. Lo que fue Vitra, y lo que es hoy se parece muy poco. Rolf Felhbaum siempre ha sido muy consciente de la importancia de la cuenta de resultados pero ha tirado de mano firme en la búsqueda de la excelencia para ir descubriendo diseñadores y construyendo poco a poco edificios que hoy hacen del Campus Vitra un museo único en el mundo.
68 años después la fábrica aún fabrica, pero en sus terrenos es de obligada visita el primer edificio del canadiense Frank Gehry (89), la estación de bomberos de la iraní fallecida Zaha Hadid, el primer edificio en Europa del japonés Tadao Ando (76), una tijera en equilibro imposible con un destornillador de Claes Oldenburg (89) y Coosje van Bruggen por enumerar tan solo algunos.
En el próximo picnic, la semana que viene, durante Art Basel, los hermanos bretones Ewan (42) y Ronan Bouroullec (47) presentarán una fuente (parecida a un abrevadero de mármol) y un banco de aluminio que rodea arboles como si de un anillo de compromiso vegetal se tratase. El pasado viernes tuve la ocasión de visitar ambos, mientras un delicado jardinero recogía de los arboles las cerezas. Todo muy alemán. Todo muy suizo.
Nadie se ha atrevido a calcular el valor de estos edificios ni de estas esculturas. La visita al Campus Vitra es un parque de atracciones para adultos cultivados. Y también para tus hijos (puedes dejarle tirarse o tirarte tú con ellos con sus alfombrillas por el tobogán de Carsten Höller. Miuccia Prada tiene uno muy parecido que baja desde su despacho en Milán) si quieres ir cultivándolos.
En Well am Rhein los edificios conviven con las esculturas, las margaritas embellecen las sillas y el equilibro es aparentemente perfecto. Tan solo una pega, se trata de un mundo irreal, en el que la pobreza, la suciedad y el ruido de las ciudades no puede ni acercarse. Lo mismo le ocurre a Disneyland.
En el Campus Vitra se corta el buen rollo. Pareciera que el mundo no tiene problemas y que si tecleas la palabra “nice” en tu teléfono inteligente tus datos dejaran de ser de Facebook y que no hace falta tapar la cámara del portátil con un poco de esparadrapo. Nunca el esparadrapo imagino que acabaría teniendo una nueva utilidad gracias a Edward Snowden (34).
Vitra debe ser sinónimo de “nice” (bonito) en suizo. O de “smile” (sonrisa). No es sinónimo de barato pero si de diseño atemporal y duradero.
El campus está, no del todo, abierto, se puede pasear, y es una gozada comprar en alguna de sus dos tiendas (Vitra House) y tomar un café bajo la sombra que proyecta la pared la casa de Herzog & De Meuron (@herzogdemeuron). Es fácil relajarse imaginándose dueño de la colección de sillas más importante del mundo. Hacerte un retrato telefónico con prototipos que ya son historia o llevarte a casa, si te da por darle rienda a un capricho, una miniatura de las sillas. ¡Ay que bien quedaría la miniatura de la silla de cartón de Frank Gehry al lado de la del cochecito Volkswagen T2 de juguete! “Venga, anda, cómpratela” te susurra tu ángel bueno. Como buenos comerciantes saben bien que si te haces con la miniatura es probable que te enamores, porque el roce -también con los muebles- hace el cariño, y ahorres para la de verdad. O para venir de nuevo al Campus.