Nadie podrá explicar este comienzo de siglo sin pegar unos brochazos, más bien gruesos, de vanidades frente al cartón pluma del photocall. Lástima que el dandi Tom Wolfe ande con las crónicas del otro barrio porque en este aún quedan temas para bordar periodismo de ese que llamaban nuevo.
El fotocall patrio es la versión ibérica del ‘photocall’ anglo, nacido de arrejuntar la palabra “fotografía” y una “llamada” (de atención).
Dejo al lector algunos consejos para que su paso por el fotocall sea más liviano que un rasca y gana en Ryanair. Por mí oficio, no por mí popularidad, a menudo suelo cruzarlos, eso sí sin pena ni gloria. Esta semana me tocó dos veces: el lunes en un Summit de Forbes y el miércoles en los merecidos premios a los leones de este diario. ¡Leones a los leones!, podría haber sido el lema del fotocall de este diario, porque hacía tiempo que no veía un paredón de cámaras tan intenso, como el del pasado miércoles en el Westin, el Palace para los demócratas.
Conviene asumir que, por muy popular que uno sea, o crea que sea, en el fotocall el que manda es el fotógrafo. Y no tú. Apúntatelo. Y no habrá estilismo que cambie las tornas. Vuelve a apuntártelo.
Conviene asumir que, además de estar en manos de los que aprietan el disparador, la otra mitad del fotocall es el call, la llamada. Así que se humilde. ¡Ay si pasas por allí y ningún fotógrafo te llama! “¡Eh menganito!, ¡Aquí, aquí! ¡Míreme por favor! –el por favor no se escucha nunca, te lo aseguro-“ Si eso ocurre, intenta cruzar el fotocall con dignidad, sin acelerar el paso, y sobre todo sin bajar la mirada en la que se note que te mueres de vergüenza por que nadie te fotografía. Piensa en el lado bueno, podrás repetir estilismo sin gastarte más pasta.
Siento el lío pero es así. Los paparazis ya no hacen fotocall. Y los “fusileros” del fotocall, escrito con cariño del bueno, no roban fotos. ¿Pero… aún quedan paparazis en estos años que se confunde la palabra cámara fotográfica con teléfono móvil? Lo explica muy bien Raul Cancio maestro de la fotografía y el periodismo. “Una cosa es una fotografía y otra el disparo de un teléfono…”.
En el fotocall los profesionales miran tres veces. A estribor, a babor y a la vía (al frente) cada 10 segundos. Tampoco hay fotocall sin marca que te guarde la espalda. Vamos, que el personal es figuración. No te engañes todo está montado para la marca cuyo logotipo adorna el cartón pluma. Pero claro el problema está en que tu te acicalas, llamas a Urvan para que te corten el pelo en casa, te mentalizas para que te duelan los pies, metes barriga como cuando das el primer baño de temporada en Illetes (Formentera) y luego en el momento de saltar al ruedo, detrás de ti la marca que lo paga todo es de pipas saladas, sandías cuadradas o consoladores italianos de nombre hilarante (Lelo).
En mi pequeño manual de instrucciones, adaptado a mi lenta pero firme decadencia, uso traje de raya diplomática (adelgaza), me camuflo bajo unas rotundas gafas de pasta negra (Lemtosh de Moscot) y procuro que el color de los zapatos (Alden) distraigan un poco (aunque se que nunca salen). Sonrío todo lo que puedo- con lo que mis ojos desaparecen como los de Sin Chan– y junto los manos bajo el cinturón – que aunque pareces una escoba, reduces el riesgo de salir como el espantapájaros de Oz. Conviene también ir con el pelo bien cortado y lo más importante, no tomarse nada de esto en serio, porque la vanidad mata más hombres que el colesterol malo y las grasas trans juntas.
Y un último consejo. Da igual la fotografía que te hagan. Eso no significa que vayas a salir. Ni que vayas a salir bien. Ni que lo vea aquella chica que querías que te viera.