Hoy han abierto los quioscos. Merecen un homenaje. Como lo merecen los sanitarios, los gasolineros, los vendedores de mangos y los que que no desparraman la alarma en las redes. Un quiosco cerrado hace el barrio más triste. No es la primera vez que escribo sobre esto, pero nadie parece ocuparse. Nos preocupamos, y con motivo, de cómo las salas de juego (cuando era chico los billares eran lugar de encuentro, a menudo para quinquis y malotes, y su espacio de convivencia permanece en nuestro corazón), están apropiándose del latido de las calles, pero miramos a otro lado cuando el quiosquero no tiene quien le suceda.
Reclamo directamente al Ayuntamiento de Madrid y a otros consistorios, porque no se trata tan solo de un problema de la capital, de no promover una ordenanza que los proteja. ¿Cómo? Creemos una comisión para estudiarlo, con afectados, juntas de vecinos, editores, autores y creativos. Y lectores, claro. No debemos tardar.
En este fin de semana de estado de alarma los quiosqueros que han abierto, no han sido todos, transmiten normalidad a las calles. En Spainmedia ante la imposibilidad de garantizar una buena distribución hemos decidido entregar a los lectores gratis las ediciones del mes de marzo de Forbes y Tapas.
Suena el móvil, calle de Conde de Peñalver, en el Barrio de Salamanca de Madrid, una de sus calles populares, menos señoriales. “Tranquilo hijo”, le oigo decir a la quiosquera, ajada de tanto madrugón pero con ganas de vender, -habrá colocado una y mil veces su mercancía pero hoy no es un día más, son las 8.30 de la mañana del sábado- “la panadería está abierta y venden de todo. Hay movimiento. Estoy bien”.
La quiosquera, despeinada, aún el quiosco por ordenar, se enciende un pitillo y me vende la edición fin de semana del venerable Financial Times, su especial moda hombre es un referente, un gordinflón aparece retratado junto a un modelo con jersey de cricket. La revista se quedará en casa varias semanas haciéndome compañía, cambiando de habitación, de la cama al salón. Las revistas en casa se mueven solas. La casa es suya. Lo contrario al fast food digital, que también me alimenta, claro.
Me gusta mucho cómo ha actualizado su cabecera la revista del FT. En la portada de la edición del periódico cuatro retratos de una italiana, un enfermero surcoreano, un sanitario en Nueva York y una mujer iraní en un bazar de Teherán, que reflejan lo que titulan “Global Coronavirus fears” (el miedo global al corona virus). Digan lo que digan la fuerza de “engagement” de los medios impresos no la alcanza la inmediatez digital. El eterno vals entre audiencia y afinidad. Entre volumen y fidelidad. La quiosquera se enciende un pitillo y yo me compro una palmera de chocolate, el panadero lleva mascarilla, la palmera gluten.
Los quiosqueros en caída libre y la crisis vírica no son las únicas alarmas con la que convivimos. Hay otras, todas más o menos irracionales. ¿Alguien se ha parado a pensar en cómo las marcas de alarmas caseras han copado el espacio de radio para “contagiarnos” una psicosis de miedo urbano ficticia, con el objetivo de vendernos a todos cámaras, alarmas y detectores? España es uno de los países con mejor índice de seguridad ciudadana. Yo también tengo alarma en casa, y en la redacción… pero me quema la oreja su exceso de antena. En todas las emisoras.
Volvamos a los quiosqueros. Soy miembro de AMI, la Asociación de Medios Impresos y ARI, la Asociación de Editores de Revistas, los dos estamos preocupados por su desaparición por razones obvias, de interés propio. Pero mi artículo va mucho más allá. Los quiosqueros necesitan apoyo. No puede tardar mucho la administración en ayudarles. Ayudar a un quiosquero es agitar el barrio. Ellos deberían, si me aceptan el consejo, concentrarse en su valor añadido que es el producto editorial (el quiosco de la Plaza de Alonso Martínez en Madrid, con su colección de DVDs bien ordenados podría ser un buen ejemplo) y dejarse de vender lo mismo que vende el chino de la esquina. Por cierto, el chino de la esquina está cerrado, y el quiosco abierto.