No soy de los que se pica. No me verás jugándome el pellejo al volante porque un “nen” empastillado me haga chorradas con su coche. Sé lo que es el picor. Mi vida con los mosquitos es rica en anécdotas. En La piel (Alfaguara 2020), mi libro del verano, Sergio La España Vacía (Turner/Noema 2016) del Molino exorciza su psoriasis para contar su sufrimiento y el de algunos de los grandes hombres que la historia acoge, desde el cruel Stalin al ingenioso escritor John Updike.
Los mosquitos ignoran al enfermo de psoriasis crónica porque prefieren pieles sanas, sin placas, sin escamas, sangres dulces con las que alimentar la próxima puesta de huevos. Los mosquitos transmiten enfermedades como la encefalitis japonesa o la meningitis y provocan urticaria, -¿no te vacunaste de tifus de niño para poder ir al campamento de tu grupo Scout?- pero no quieren víctimas enfermas. Son diminutos pero no son tontos. El Culex Pipiens, mosquito común, vive poco, unos 7 días, por eso quieren comer bien. Es un gourmet.
Los mosquitos son el gran asesino humano. Nuestro primer depredador. En el libro El Mosquito, la historia de nuestro depredador más letal (Timothy C. Winegard/Ediciones B) se cuenta la historia del hombre y su batalla contra el insecto. ¿Crees que vamos ganando?, ya veremos. ¿Sabías que el mosquito diezmó a muchos ejércitos antes que sus adversarios? La lectura es recomendable pero solo para epidemiólogos o aspirantes a guionistas de la próxima Jurassic Park, por exhaustiva y especializada, pero da una idea de la potencia letal del asesino volador.
Como decía el maestro Carlos Faemino (63) en uno de sus gags, sobre ese momento en el que el zumbido de un mosquito te despierta y te ves, sin gafas, atizando brazadas al aire como Don Quijote contra los molinos: “¿Te imaginas si el mosquito no hiciese ruido?, se pondría las botas a chupar sangre”. El mosquito zumba para atraer a su pareja. Al mosquito, cuando bailas zumba, le parece que le estás imitando.
Los enemigos de los mosquitos, no conozco a nadie que sea su amigo, manejamos un vocabulario propio. Es útil distinguir cuanto antes entre “picor” y picotazo. Entre placa y habón. La placa, no se trata del sarro sebáceo de los dientes ni mucho menos las placas de transistores de tu portátil, son el terror de los que parecen dermatitis o psoriasis.
El habón, por su forma de haba, es la firma del mosquito hembra. El Autan fue el primero. En nuestro diccionario defensivo figura el Fenergan, la citronella en todos sus formatos -la inglesa de incienso de Stamford es la que más se lleva en la Ibiza boho chic, el amoniaco (mi favorito a chorro libre sobre el picotazo), el Relec (el extrafuerte cuando se viajaba a Asia, era primo hermano del Fortasec, ninguno de los dos podía faltar en la mochila del mochilero ibérico). Nada menos sexy que ir embadurnado de Relec. El olor de Relec debe ser el antónimo de las feromonas. Yo tiro de marca blanca del Eroski y me los llevo de media docena en media docena.
Para los más ecológicos la albahaca, el basílico los espanta y además te sirve para la ensalada, hasta que le dé por florecer. Cuando la albahaca florece arranca la flor y podrás seguir usándola. No me olvido de la pesadilla del antimosquitos eléctrico. Todos alguna vez creímos que las microfrecuencias solucionarían el próximo verano pero nada de nada. Yo tengo incluso descargada en mi Iphone una aplicación anti mosquitos. Pero nada. Y qué decir de los de enchufe. Como se te ocurra cambiar de marca ya no te valen los recambios. Un par de veranos equivocándote de recambios y tendrás que rehipotecar tu casa.
La víctima del mosquito es un experto en comunicación. Según recibe el primer picotazo corre a contarlo. “Me acaban de picar” es la frase más repetida en mi casa a diario. Pareciese que con el solo exabrupto, con soltárselo al familiar, picase menos. Y no es cierto.
Hay un componente espiritual en el picotazo. La meditación ayuda a prevenir la picazón. Y créanme que sé lo que es eso. Agarré Sarna en Chiapas, durmiendo en un hostal, que a mí me pareció el Aman de la zona. No me di ni cuenta hasta cuando estaba durmiendo mi estrés en Madrid. Noche tras noche me despertaba desgarrándome el pellejo sin que la piel ni siquiera enrojeciese. El galeno me aconsejó hervirlo todo. Casi hiervo a la señora de la limpieza, pobrecita. Y todo pasó. La sarna o escabiosis la causa el ácaro parásito Sarcoptes scabiei al que Wikipedia le otorga el oficio de arador. La tierra era mi piel. Nunca olvidaré a mi padre diciéndome “Sarna con gusto no pica, hijo”.
“Dicen que tienes veneno en la piel…” cantaba Santiago Auserón Marruedo (66), la vida cultura del mosquito es intensa. Desde el mosquito atrapado en el ámbar en Parque Jurásico, a las gafas de Giorgio Armani -¡Giorgio, porque aún no has venido a Ibiza!- de Harrison Ford en La Costa de los Mosquitos. Si te apetece bailar busca en Spotify Mosquito Coast (1990) aún ando en mi cedeteca, una recopilación de músicas caribeñas pergueñada por mi colega de oficio Fernando Iñiguez. En Discogs lo consigues a 3 euros, precio del todo injusto si te sirve para descubrir la canción de Eddie Palmieri Cada Vez Que Te Veo. “Cada vez que te veo mi sangre hierve por tí”, ¿le habría picado un mosquito mientras la escribía?