En estas mañanas frías en las que reina el crisantemo, la respuesta a la pregunta que planteo se me presenta compleja y sencilla a un tiempo. A mí, de entre las complejas, me gusta la que resuelve que “un jardín sirve para encontrarse a uno mismo”, ya sea cuidándolo como jardinero o recorriéndolo al atardecer como paseante. Entre las respuestas simples mi favorita dice que “un jardín sirve para besarse”.
Desde luego que los jardines sirven para muchas otras cosas: para epatar a las visitas, reforzar el estatus, criar abejas y cultivar tu propia miel; leer a la sombra o disfrutar del “cruising” (los encuentros sexuales fortuitos) como sucede en algunas penumbras del maltratado Parque de El Retiro.
Casi todos los jardines europeos provienen de los árabes, también los ingleses. Caminar por los Kew Gardens y pensar que de alguna manera el jardinero de la Alhambra tiene algo que ver es excitante. Un buen ejemplo de jardinería árabe son las cinco hectáreas que el paisajista Luis Vallejo (54) diseñó hace una década para Royal Mansour, el hotel de Mohamed VI en Marrakesch, que acaba de abrir sus puertas al grito de “¡Regresen los turistas!”. Vallejo es el mayor experto en bonsáis de esta piel estirada de toro en la que el geógrafo griego Estrabón dijo que vivimos.
“El dinero no garantiza un buen jardín”, dice Vallejo. Es cierto que los jardines, en estos tiempos de prisa, -pocas plagas son peores para un jardín que la prisa- solo los encargan los ricos; pocas empresas, y menos instituciones, a menudo a regañadientes porque la rentabilidad de un jardín es volátil. Los alcorques se llevan mal con las tablas de Excel. Las raíces vegetales y las raíces cuadradas no se hablan hace años.
Lo primero que se aprende cuando uno se involucra en el diseño de un jardín es que hay dos cosas en las que no se debe nunca fallar: la calidad de la planta, que como cualquier especie tiene su pedigrí, procedencia y certificado de nacimiento garantizado por el viverista, y el drenaje. Si el agua no drena ya puede uno plantar el arbolito más caro del mundo que morirá encharcado, constipado por los pies, que son sus raíces. Un mal drenaje arruina la mejor planta del planeta. El axioma definitivo, desde luego es, no se empeñe en diseñar su jardín con plantas de otro lugar, de otro clima, porque es como pasear un husky en pleno agosto por la Córdoba califa, una animalada.
En pleno Madrid desde la ventanas interiores del Club Matador se puede disfrutar de uno de los jardines mas bonitos de la ciudad, en uno de esos patios diseñados por el Marqués de Salamanca, inspirado en la retícula cuadriculada de Manhattan. El jardín, mantenido por la mancomunidad de edificios que lo circundan, no permite el paseo por sus veredas más que al jardinero. Las voces me cuentan que es Mercedes Milá la defensora del más alto grado de proteccionismo del jardín. No he podido comprobarlo.
Divisarlo desde el primer piso del Club es despertar la envidia del aficionado que recuerda como en los jardines privados de Nueva York -el de Gramercy Park por ejemplo, si se cumplen las reglas y si se tiene derecho a la llave, uno puede pasear y leer dentro-. Si quieren verlo además de invitarles al Club, habrá que organizarse ya que solo se puede acceder previa membresía, pueden también acercarse a la tienda de Aspesi en Jorge Juan 5, sus magníficos ventanales les dejarán boquiabiertos. Los más veteranos alguna vez cenamos por allí en el primer restaurante tailandés de la ciudad, el Tai Gardens, que entonces no imaginaba cómo la Calle Jorge Juan -la pequeña Venezuela- se convertiría en uno de los epicentros de la restauración en Europa.
Si se acercan a fisgar les recomiendo que no se les escapen las dos camelias en maceta que vigilan desde el patio empedrado las vanidades de los miembros del club y del resto de los vecinos, alguno muy ilustre. El portero de la finca, buen amigo, es el cuidador de las camelias, las conoce bien, y sabe cuando el agua sobra y cuando el riego falta.
Para el disfrute del jardín desde la lounge chair de los Eames ya está disponible en las librerías el segundo libro del paisajista Fernando Caruncho, editado por Rizzoli (342 pag, 85 dólares), Reflections of Paradise (la foto de portada corresponde a su estudio en Ciudalcampo). A la espera de su edición en castellano, es un compendio del estilo arquitectónico de su paisajismo alrededor del mundo, firmado junto al arquitecto Gordon Taylor y dedicado a su madre Sofía Torga, que fue directora de moda de Telva.
Si el aficionado prefiere las vivencias en primera persona le garantizo disfrute con las aventuras marroquíes del italiano Umberto Pasti, en Perdido en el paraíso (Acantilado. 300 pag) al que se le ocurrió destinar su herencia a crear en un jardín en el pequeño pueblo de Rohuna (500 habitantes). De su aventura da fe Eden Revisited. A Garden in Northern Morocco, también de Rizzoli, junto al fotógrafo Ngoc Minh Ngo. La editora de la revista Cabana, Martina Mondadori firma el prólogo.
En España queda por afianzar el mercado de libros sobre jardines, ahora relegados a consejos para tener un huerto urbano o no matar las plantas. Todo llegará al asumir que la edición de libros y el utilitarismo no tienen siempre objetivos comunes. Porque un editor y un jardinero saben que un jardín sirve para recordarnos que no todo tiene que servir para algo.