En cualquier otra estación, en el sentido imaginado que el maestro Francisco Ibáñez (85) utiliza en Mortadelo y Filemón, estar “a la sombra” es pasar una temporadita en el trullo. Pero durante el verano, “a la sombra” es referencia de descanso intelectual y espacio que queda libre en el disco duro para rellenarlo de lecturas y escuchas en duermevela de podcast, la palabra del momento.
A continuación, una recomendación personal de más de mil páginas, muchas más, con las que derivar si se navega a barlovento o echar el ancla bajo un ficus frondoso. Me dicen que en el talego se lee mucho mientras se espera el próximo vis a vis. Si algún convicto me lee que silbe con qué libro anda libre.
Conviene embadurnarse bien de repelente de insectos -dietil-toluamida (DEET) es el compuesto habitual- si uno se enfrenta a la lectura del primer “geotratado” sobre como el culicidae ha cambiado la historia de la humanidad, derrotando ejércitos y saboteando resorts.
Esta antología gigante escrita por Timothy Winegard figura a medio camino entre la ciencia y el libro de historia. Le costará leerla más tiempo de lo que vive un mosquito (7 días). No recomendable para alérgicos a los habones. El libro pesa tanto que quizás el formato audiolibro garantice una siesta más placentera porque si está tumbado en la hamaca y se le cae de las manos el vecino de abajo se despierta seguro.
Quasi una fantasía (Ediciones Del Arrabal) (528 páginas. 29,90 euros)
Andrés Trapiello ha recuperado para el legado familiar la iniciativa de Salón de los pasos perdidos, la colección de vivencias que ahora editada en su propia editorial, siempre con el retraso que exige la prudencia, va publicando anualmente. Mi hermano Antonio Lorenzo no duda que a Trapiello, rastrero (de El Rastro), bibliófilo y tantas otras cosas, le caerá el Premio Nobel el año menos pensado. Puede ser.
La pluma de mi tocayo, capaz de contagiarte del más mundano de los acontecimientos, es un masaje contra el estrés más irreductible. Advertencia: algunos de los libros de la serie ya son pasto de coleccionistas y especuladores.
Macarras interseculares: Una historia de Madrid a través de sus mitos callejeros. Editorial Melusina (400 páginas. 19 euros)
La manera más segura de revivir aquellos años de pico y navaja para “levantarte el plumas” es leerse el ensayo de Iñaki Dominguez. Ahora también hay macarras de banco de parque que te levantan el móvil porque sale rápido en el Wallapop o lo “exportan” al moro tras pasar por las manos adecuadas en Lavapiés. El libro tiene su serie de podcast correspondiente –Código Macarra– en Subterfuge Radio con capítulos dedicados a Domi y otros veteranos que disfrutan de sus 20 minutos de fama hertziana.
Comer, viajar… descubrir (Planeta Gastro) (528 páginas. 20 euros)
Tres infinitivos juntos sirven de título al libro póstumo del chef canalla por antonomasia, el desaparecido Anthony Bourdain. Crónicas irreverentes y apuntes prácticos, recopilados artículo a artículo, con pistas foodies a pie de calle que harán al lector la boca agua imaginandose viajero, y cuando pueda volver a perderse por las callejuelas de puestos humeantes y chiringuitos indios donde poco importa la licencia en el Chandni Chowk de Delhi. ¿Sabías que el Chandni es el mercado mas viejo de la India?
Madrid en Plata (Luis Baylón. Editorial RM) (35 euros)
La fragilidad (Premio Loewe de Poesía) (Diego Doncel. Editorial Visor) (96 páginas. 11 euros)
Nada hay que le guste más a los grillos que la poesía leída en alto una noche de verano. La poesía del cacereño Diego Doncel, autor además de tres novelas, El ángulo de los secretos femeninos (2003), Mujeres que dicen adiós con la mano (2010) y Amantes en el tiempo de la infamia (2013), gira sobre la pérdida de un padre y la pérdida de la memoria. Poesía para la noche de las perseidas.
Un día cualquiera en Nueva York (Fran Lebowitz. Tusquets) (368 páginas)
Si eres de los que te reíste con las conversaciones entre Leibovitz y Martin Scorsese este invierno pandémico en la tele de pago te tienes que lanzar de cabeza al libro. Si no has entendido nada de lo que cuento, Lebowitz es una de las grandes intelectuales que agujerean la gran manzana neoyorquina con su humor judío y su carácter misántropo. Tan cascarrabias como Agustín González, tan entrañable como Lali Soldevilla, pero en neoyorquino.