Nunca quise ser astronauta, pero mi hijo sí. Yo prefiero ser nauta. Y desde ahí, sobre la espuma, aprender a guiarme por las estrellas con el sextante, sonreírle a Venus y pasmarme con el rojo intenso de Marte. Astronautas y marinos caen bien. Los dos van a la deriva, o eso parece. ¿Cada cuánto vas tú a la deriva? No te preocupes, El Garete puede ser también el nombre de un chiringuito.
Duque está en la cover por astronauta, no por ministro. Y es ministro por ser astronauta, así que no le digas a tu chaval que no mire las estrellas y que estudie algo más práctico.
Le tengo envidia a Duque. No porque estuviera arriba. No me pellizca las tripas su apellido ‘aristocrático’, ni siquiera lo que le quedará de pensión (un ex ministro puede cobrar durante dos años el 80% de su salario e, independientemente del tiempo que haya ejercido, obtendrá la pensión máxima cuando se jubile).
Me jode que esté tan flaco. Que la vanidad parece pasar de largo cuando lo ve. Y que su sonrisa esconde secretos indescifrables para mí. Lo que me pica es que lo vio todo. Nosotros también, la NASA nos lo enseñó, ¿o nos enseñó lo que quiso? Es un planeta azul, lleno de mares, con poca tierra, una bola llena de vida. Caetano Veloso le cantó una nana en Terra cuando estaba preso.
Todavía emociona pensar que estamos aquí y que nos dedicamos a algo tan efímero como hacer revis-tas. Duque está en la cover porque admiro su sonrisa. Siempre que le veo sonreír siento que me dice -y no nos conocemos de nada- «¡acuérdate chaval, no se te olvide!».
Pero se me olvida. Se me olvida que somos polvo. Que esta revista, en el mejor de los casos, acabará en El Rastro, o ni siquiera. Que un día mis huesos no me dejarán andar. Que no sabré escribir. Que olvidaré mis hazañas (¿hazañas?). Que sólo querré estar en un sitio pequeño y que lloraré por cualquier cosa. Mis sueños se desvanecerán como estrellas fugaces.
Y creo que a Pedro no, que él no se olvida nunca. Que sabe que esta portada es banal, que su ministerio es de juguete pero que está llamando nuestra atención y que si los siguientes no apoyan la ciencia -apoyarla es poner pasta- ya no será lo mismo tras su llegada.
Por eso está en esta portada. No por ministro, sino porque sonríe como pocos sonríen ya. Porque parece que gobierna. Porque me pare- ce que se gobierna a sí mismo con la dulzura del polvo cósmico. Cuéntanos lo que viste, Pedro. ¿Merece la pena ser astronauta? ¿Y ministro?
Carta publicada en Man on the moon por Andrés Rodríguez