París esta mañana parece mágica. Una nube densa, como esas dulces que se mastican, ha decidido bajar y quedarse ahí. Por momentos, con veinte grados, uno no sabe si está en una sauna o siendo abducido por una nave interplanetaria de Independence Day.
La Sena, en femenino para los parisinos, se desliza verdosa con la lentitud del que todo lo sabe. Entro en la redacción de L’Officiel, en el 5 de la calle Bachaumont. En la puerta, un letrero: Editions Jalou. En el lobby, una muchacha distrae el silencio entre llamada y llamada dándole corazones a las páginas de Instagram que le gustan. Es la hora de comer para los franceses y apenas hay vida en las cuatro plantas. Noto flujos de energía que se mueven entre los silencios. Las redacciones tienen algo especial. Quizá me hice adicto a ellas y sé escucharlas. Hace un mes paseé por el newsroom del New York Times en la octava y, a media mañana, el silencio era mayor que en el Museo del Prado frente a El jardín de las delicias. Qué delicia una redacción. Ven a conocer la nuestra: hacemos las revistas a gritos (aunque tengamos al New York Times de socio), y hay días en los que salimos empapados, como yo hoy en París, frente a la redacción de L’Officiel.
Carta publicada en L’Officiel Homme por Andrés Rodríguez