Me llamo alcohol. Hola. Y lo sé todo de ti. Bueno, casi todo. Estoy, muy a menudo, en medio de lo que pasa entre ti y el resto del mundo. Aunque no bebas me tendrás cerca, tan cerca que casi podría adivinar que no me tragas. Y si bebes ya sabes de lo que hablo.
Soy el gran desinhibidor. Lo engraso todo. Pulverizo tus defensas, te subo a un pedestal, logro que te vengas arriba y si quiero te pongo a bailar. Sé cómo me conociste. Y tú también te acuerdas. También recuerdas como muchos hombres me utilizan para convencerte de que te deberías dejar besar. Me llamo alcohol, pero tengo mil nombres. El licor café de tu abuela. La absenta de tu tío el progre. El orujo casero de ese tabernero tan simpático. El champán rosé la próxima Nochebuena antes de servir las gambas (tan solo un poco antes de que tu cuñado meta la gamba). Con vodka y zumo de tomate para curarte la resaca que conseguiste ayer con aquella litrona en el parque, cuando aún no tenías dinero. Ya sabes que soy uno y mil en el mismo trago. Yo hay veces que tampoco me trago.
En medio mundo soy parte del proceso de seducción, como lo es el perfume o el alto de tu tacón. Yo soy como ese pisotón que uno le pega al acelerador del coche para darle gas y cruzar el semáforo en ámbar. Tan poco sutil como eso: Si aceleras menos de lo necesario, malo. Si aceleras demasiado quizás acabes en traumatología.
Entre mis acólitos -no te olvides que el vino de misa lo pongo yo cada domingo- tengo al espectro humano entero. Conozco ligones de última hora, gourrnets, malos bebedores, gente que no me metaboliza, coleccionistas de añadas, mendigos que me usan para huir de la pena, renegados que se pasaron al café, incluso grandes adictos que saben que vivo en la calle Delirium Tremens.
Viví años de gloria con la Ley Seca. Me verás en aeropuertos, en tu nevera, en el súper, en comuniones, en bautizos, en revistas de moda.
Me gustaría acompañarte el resto de tus dias.
Ser testigo de tus alegrías y de tus penas.
Acuérdate, soy el gran desinhibidor. Llevo una H intercalada y eso me hace muy peligroso.
Carta publicada en L’Officiel por Andrés Rodríguez