Al ir a ducharme sentí el verano cayendo sobre mi maltrecha piel. Al ir a ducharme fuera, ante el cielo raso, sentí el agua aliviar mi epidermis. No era el agua. Era el cielo estrellado y la fortuna de no utilizar el grifo de agua caliente lo que me empujó al estío.
El invierno es una ducha cerrada por una mampara, por unas cortinas con dibujitos cariñosos de esas que hacen hogar pero que huelen a poliuterano. El verano es una ducha rodeado de lagartijas, de flores, intentando recuperar el jabón mientras las avispas que solo vienen a beber te ponen nervioso.
El verano es una ducha fuera, los dos juntos, abrazados, llenos de jabón, viendo las luces de las terrazas de la ciudad. El verano está ya aquí. Disfrútalo.
Y a la ducha.
Carta publicada en L’Officiel por Andrés Rodríguez