Revigorizar una marca es tan difícil como posicionarla. Para los propietarios de marcas, ya sean revistas o firmas textiles, los directores creativos son sangre fresca. Como para las revistas femeninas, las nuevas editoras. Como para el PSOE, un nuevo candidato.
Cuando Antoine Arnault decidió relanzar Berluti hizo más de 50 entrevistas y declaró que cuando se decidió por Mr. Ackermann fue tras un café y una charla de apenas dos horas. ¿Estaba Amault harto de entrevistar gente o fue una cuestión de empatía?
Lo mismo sucedió con Gucci cuando Marco Bizzarri decidió promocionar a Alessandro Michele. Parece que hubo química. Eso sí, en ese momento tuvo que pedir permiso al propietario, Franois-Henri Pinault, que dio los parabienes. Que una cosa es llevarse bien y la otra es olvidarse de que un director creativo solo tiene una misión: conseguir que el dueño del negocio gane más pasta, y por ese, y no por otro motivo, será «juzgado».
De eso sabe mucho el consultor neoyorquino Karen Harvey, asesor habitual de los dos grandes, LVMH y Kering, aunque no es el único método. Las firmas también preguntan a la Wintour y a la Roitfeld, supongo que por tener algo avanzado a la hora de colocar editoriales. Y luego está la cantera, el premio LVMH. Y ahí empiezan los problemas: el diseñador debe llevarse bien con el CEO o cambiarlo para él, pero, ¿qué se debe hacer si el ejecutivo financiero es su hombre de confianza?
Así que hay veces que la mayonesa se corta, como se le estropeó a Dior con Hedi Slimane y luego con Raf Simons. Este terreno, el industrial, como también lo disfrutamos en las editoriales, nos dará sorpresas y alguna que otra granizada en las próximas temporadas.
Carta publicada en L’Officiel por Andrés Rodríguez