A diario, fines de semana incluidos, comparto preocupaciones con A. No todas. Ella va a ser madre primeriza, no tiene a su familia directa en Madrid, y lleva sobre sus espaldas el peso de esta revista que ahora lees. Sobre sus cervicales pesan las nóminas de los que aparecen en el staff, las relaciones comerciales de esta marca, la motivación del equipo y todo lo que no te imaginas. Es mi socia.
A diario reparte su energía entre el reto de ser la mejor mamá, la mejor ejecutiva, de ser feliz en su vida privada, de ganar más dinero, de estar guapa, de disfrutar con las adversidades y de crecer intelectualmente. Y todo
esto se me antoja cuando lo observo desde la distancia sobrehumano. Pero lo que pasa es que no estoy en la distancia. Estoy muy cerca. Tan cerca que cuando sube las escaleras de la redacción escucho como cambia su respiración. Y cuando nos reunimos a primera hora llega con el pelo mojado.
Esta es una carta de homenaje a su entusiasmo, que no es mayor que el mío, pero que tiene toda mi admiración. Y también es una carta de renuncia pública a mi disgusto por que ha decidido no ponerle a la niña, ni de tercer apellido, Andréa.
Carta publicada en L’Officiel por Andrés Rodríguez