Querida Carmen:
No será esta la última vez que te escriba, porque he elegido el formato epistolar para explorar nuestra relación. Te escribo frente a la línea de embarque. Una mujer llora desconsoladamente con los brazos cruzados. Tiene las mejillas sonrosadas. La cola serpentea entre las catenarias, algunos se hacen los tontos, como todos nos lo hacemos cuando
no queremos ver a un méndigo. Los más indiscretos intentan encontrar al hombre por el que al otro lado del arco de seguridad la mujer llora. Sus lágrimas de amor nos violentan a todos. A mí me producen infinita ternura. Ella se resiste a dejarlo partir. No he visto nunca a un hombre llorar al otro lado de la puerta de embarque.
¿Qué crees que estaría pensando él? No he logrado saber quién es. ¿Cuántas veces volvería la cabeza para mirar
a su amada rota en llanto? O quizá nunca echó la vista atrás.
A punto estoy de perder el avión. No para consolarla, sino para subirme a una mesa y llamar la atención de todos y pedir a los viajeros un enorme aplauso que agradezca esta riada de ternura aeroportuaria.
Carta publicada en L’Officiel por Andrés Rodríguez