Que me pudo la charlatanería y el palabrerío y me hice plumilla, oficio al que tanto debo, pero ahora que alimento canas me entra nostalgia de no haber desgastado coderas en los meandros de la abogacía. Y, como paseante que soy, me da por abogar, sin cliente alguno que defender, representándome ni más ni menos que mi propia sombra. Y sin ánimo de que te unas a mis causas, ni a mis azahares, abogo por cambiar de orden los días del calendario. Arrancar con el sábado nos pondría de muy buen humor. Y terminar con el lunes le daría su merecido a ese tipejo tan mal acostumbrado a arrancar semanas. I don’t like Mondays acabaría descatalogada.
Abogo por el Día Mundial del Juego de la Silla. El obispo barrería las calles y el barrendero tendría que esforzarse para repartir con justicia el óbolo de San Pedro.
Abogo por el Día Mundial de Vaciado de Casas (al menos una vez al año hay que deshacerse de la mitad de lo que tienes). Pero nada de tirarlo. Uno mismo tiene que sacarlo, exponer sus vergüenzas al sol, ponerle precio a cada cosa y hacer un pastel de zanahoria para los vecinos que sólo pregunten pero que no compren.
Abogo por que los consejos de ministros se celebren en el banco del parque de tu barrio, ése en el que grabaste tu amor con una navaja de cacha de madera. Y que en todas las reuniones de la comunidad haya un bingo de esos de juguete. Al que le toque la línea organiza la próxima en su casa. Y al que le toque el bingo saca los cubos de basura hasta Navidad.
Abogo por que los carteros tengan la obligación de entregar las cartas de amor en mano. El contacto visual es muy importante en estos casos. Abogo por declarar Mediterráneo himno nacional. Abogo por que hablar bajito esté bien visto.
Abogo por que las entrevistas a los políticos se hagan sentados en el bordillo de la acera, a esa hora en la que nadie te ve y sabes que te puedes quitar los zapatos. A esa altura las cosas que importan están más cerca y rápidamente sientes dolor en el culo al reposar en el granito deformado por miles de pisotones. De los pisotones de los que te botaron y les duelen los pies de haberlo hecho.
Tú también tienes motivos para abogar. Para pedir que te defiendan. O, aún mejor, para hacerlo tú mismo. A veces para defenderte de ti mismo. O de mí. Pero no te creas que el ataque es siempre la mejor defensa. La mejor defensa es no conformarse. Porque abogar es bogar y bogar es remar. A bogar es dar una orden. A remar, muchachos. Remen, remen más fuerte, sintiendo la sal en el rostro, que la mar es infinita y nos esperan maravillosas singladuras juntos.
Artículo publicado en Esquire por Andrés Rodríguez