Lo feo mola más. Ser guapo pringa. Ser muy, muy guapo es como decir Pamplona con la boca llena de requesón.
Me creo un esteta, un adorador del equilibrio y la armonía –la musical incluida– con la particularidad de que el equilibrio que me gusta es el que considera la banda sonora de Titanic digna de un aquelarre.
Así que si te apuntas a mi secta pasa de operarte. No te toques la nariz. Deja las tetas quietas y corre de madrugada para bajar los michelines (que tienen más estrellas que Arzak y su hija, y que lucen aún más curvas que el muñeco Bibendum).
Adoro a El Bosco. Y si Saturno no hubiese devorado a su hijo, lo habría hecho yo mismo.
Me gustan los bares feos, los limones rugosos como tus muslos, las naranjas que no brillan con sus dos hojas verdes de pamela. Me gustan más las gafas de culo de vaso que esas transparentes que no se ven. De los payasos, yo le pago la ronda de quintos en Casa Braulio al feo, claro. Al guapo propongo un crowdfunding para enterrarlo a tartazos.
Por eso, si en tu pueblo hay mercadillo seguro que nos vemos. Paro cerca del puesto de las bragas gigantes y los calcetines al peso que tienen las gitanas, esas de las cuatro faldas unas encimas de otras y cuarto de kilo de oro en cada oreja. Esas son para mí mucho más guapas que los famosos ángeles de Victoria’s Secret. Por eso madrugo para ser su primer cliente y paro a comprarle a Ramonet ese aparatejo mágico que limpia los cristales a la vez por los dos lados (cómo diablos he podido yo vivir sin eso 49 años…). Estaré buscando las bambas de la Rhodes, que en la redacción me vacila y me dice: “Andrew, las pillé por tres euros en mi puto barrio”.
Y yo que me creo un esteta… Que por el lunar ese que mantienes escondido haría un sacrificio y volvería a matricularme en Periodismo. Será que el feo de los Calatrava a mí siempre me pareció más simpático que el mismísimo Alain Delon.
Y luego están los que dicen que en la cama son más cariñosos, pero eso me parece un dicho muy feo. Feísimo. Qué tendrá que ver el cariño con las formas irregulares.
Así que, si has llegado hasta aquí leyendo, sonríe. O llora a borbotones. Lo que te plazca, y deja que tu rostro grabe con surcos indelebles la huella de tus emociones, para que cuando seas un yayo y lleves a la yaya de la mano a pasear, nadie te pueda decir que fuiste un ‘cara-cartón’. Y para que cuando te pires –después que yo– silbándole al enfermero El puente sobre el río Kwai, pienses que nacer fue guay. Muy guay.
Artículo publicado en Esquire por Andrés Rodríguez