Este es nuestro plan. Alquilar una Royal Enfield en Bombay y llevarla sana y salva hasta Calcuta. Parar a tomarse una Kingfisher bien fría en el Fairlawn Hotel y darse una ducha. Se tarde lo que se tarde. Chupe lo que chupe. 1.600 y pico kilómetros que en la India dejan de medir mil metros para convertirse en un puñado de preguntas inciertas. Una Moleskine con goma negra y una Montblanc Meinsterstück bastarán para poder convertir tu viaje en una nube de polvo y buenos apuntes.
Manejar una Royal Enfield, fabricada en la antigua Madrás (hace tiempo que se llama Chennai) es una rotunda declaración de intenciones. El pedal de freno es de izquierdas, y las marchas más conservadoras están a tu diestra. Olvida el ABS, el carenado, las maletas impermeables y los puños calefactables. Te aseguro que tus posaderas se sentirán como una rebanada de pan de molde cuando la tostadora la hace saltar por los aires. Crujientes y quebradizas.
Cruzar el subcontinente a bordo de la motocicleta en fabricación más antigua del mundo –a pesar de ser abandonada a su suerte por los ingleses, los mismos que inventaron el eslogan Made like a gun, goes like a bullet (“Hecha como un cañón, rápida como una bala”)– no deja de tener su coña y es una sonora pedorreta al colonialismo. Tan alucinante como ver que Land Rover es hoy propiedad de Tata Motors, capitaneada por el exitoso Rahan Tata.
El destino no es otro que el camino mismo. ¿La misión?
Renovar nuestros votos con el Dios del curry.
Presentarle mis respetos al claxon de los camiones que bajan desde el Himalaya hasta las llanuras del Ganges. Aprender, por obligación, algo de mecánica. Y cultivar el espíritu (motero) a base de hollín en los poros de la piel para rendirme al anochecer al reino del jabón y los mosquitos asiáticos. Enriquecerse con lo inesperado. Hacer amigos (para toda la vida). Olvidar a los enemigos (por unos días). Fotografiar la vida. Reírse del tiempo como meta a batir. Sentir los baches del subcontinente quebrarte el metatarso. En definitiva, brindar por esta vida que traquetea como una moto vieja. No dejes que atropellen. Enciende las largas y larguémonos a brindar por la libertad.
Artículo publicado en Esquire por Andrés Rodríguez