Ochenta tacos. Esquire sopla velas y el periodismo aplaude. Clap, clap. Ocho décadas, las mismas que luce mi viejo al revisarle el Sintrom. Mi abuela Luisa, viuda de Pedro Rodríguez –abogado republicano fusilado– dio a luz al cuarto de sus hijos, y de ahí vino el menda que esto redacta. Le quedaron tres, porque a Carlos –el que da nombre a mi hermano, director general de este invento– se lo llevó una apendicitis con siete años. A la edad que los nanos manejan ahora la Wii, la Play, el iPad y su puta madre, mi tío Carlos se fue.
Esquire desprende salud mientras mi viejo se convierte en una luciérnaga en medio del infinito. No creo que haya que entristecerse porque una vida plena se diluya en el océano del que vinimos.
Para Esquire, una firma es un talón en blanco. Mi padre firmaba mis notas. Y qué firma, copón, me hacía sentir el rey de la clase. Porque mi padre firmaba en el Departamento de Moneda Extranjera de un banco que primero fue Rural y también Mediterráneo. Se iba a imaginar el director que un hijo del de la ventanilla de cambio editaría Forbes… Quita, quita.
Mi padre no leía Esquire, miraba el Playboy a escondidas. Y escondido lo encontré en un sinfonier de once cajones que guardaba el universo entero y en el que descubrí que esta vida había que empinársela como se empina un botijo una tarde de agosto. Al día siguiente me pilló encendiendo un cigarrillo Kaiser de los suyos y me enchufó una colleja.
Ése es mi viejo. El mismo que se personó en la Embajada de los EE UU el día que anunciamos que Esquire se iba a imprimir en castellano. Y, con dos cojones, se plantó en la fiesta con una antigua novia (mi madre ya le ha perdonado). Hoy, cuando llega un número nuevo lo que quiere es ordenarlo para pautar su existencia y protegerse de lo nuevo.
Esquire perdió pasta mucho tiempo. A mi padre el dinero hace años que no le importa, prefiere un tinto de verano que mil duros. A mi viejo le chirrían las bielas. Esquire se asoció con nosotros porque nadie quiso editarla. Mi padre sabe que sus hijos están asociados y no hay mayor felicidad para él, aunque no lo diga.
Esquire tuvo hermanos. Hugh Hefner fundó Playboy porque se aburría en su redacción. Esquire inventó GQ y un día que no había para gin tonics se la vendió a S.I. Newhouse. Mi padre también tenía hermanos. Palmaron ambos, y desde entonces anda como vaca sin cencerro, porque ante su ausencia se opone en firme.
Mi viejo se descompone si no encuentra las llaves. Esquire presume de llave maestra, la que maneja a los hombres del siglo XXI, esos que enamoran y lo dejan todo, que se divorcian, que pierden la cabeza por la ambición, con hijas y hermanas como mi compadre Antonio, que quieren gustar porque se gustan, que aman esta tierra, que buscan ser diferentes. Hombres de los que estar orgullosos. Como mi viejo. Te quiero papi. Merci.
Artículo publicado en Esquire por Andrés Rodríguez