Solo. Completamente solo, en medio de la mar, me siento pequeño. Enfilo esta carta de fin de verano y me da por pensar que me vuelven loco las cosas chicas. También las cosas de las chicas. Me gustan muchísimo (superlativo) los diminutivos porque son humildes y cuando exageran lo hacen por defecto, y los defectos son la semilla de las virtudes. Me gusta la palabra garbancito porque es algo más que una legumbre pequeña y me recuerda a la voz de mi abuela Encarna.
Lo pequeño es sexy, eso seguro. Me parecen más femeninos los pies de una mujer si son pequeños. Al pecho le pasa lo mismo. Y a los músculos en general (Schwarzenegger sabrá perdonarme), desde luego.
Pequeño no es lo mismo que poco. Poquito era un payaso de cuando éramos pequeños. Poco es un grupo de country rock y también el deporte que hago o la sal que me hecho en cada plato (aunque hay quien no esté de acuerdo). Pequeño puede ser breve, como la fe de los niños, como la flor de un cactus que dura lo que a veces dura un amor, un día. Pequeño es chiquitín. Chiquilín no, que eso son galletas con pizquitinas de sal. Pequeño es el que aún tiene que aprender. Pequeño es el que sabe decir gracias y el que sabe disculparse. Yo soy un editor pequeño que edita revistas grandes.
Superpequeño, más bien diminuto, es el crédito que tiene la política. Habrá que darle el tamaño que merece porque así no podemos seguir, que el pueblo hay que encalarlo.
A mí me parece pequeño el tiempo que me queda, que es muy poco. Y el que te queda a ti, que seguro es más. Me parece pequeño el tamaño de una lenteja pardina. El dedo meñique de mi pie izquierdo. Un brote de soja flotando en el océano. Es pequeño el zumbido de un mosquito en una noche de septiembre.
Lo que dura el Twist and shout. Lo que tarda mi amigo Nacho en dormirse. El rastro de una estrella fugaz. La estela de un barco. El humo blanco de un avión acrobático. Pequeña siempre es la bola de helado que me ponen de postre.
Es pequeña la punta del iceberg.
Un enano es pequeño. Pequeño es el eufemismo de quien no se atreve a llamar a alguien enano. Los más cobardes les llaman bajitos. Lo dicen en bajo, los muy pequeños. Nano es el pequeño diminutivo de Joan Manuel, un tío grande que no necesita que se escriba su apellido para que sepas de quién hablo.
Artículo publicado en Esquire por Andrés Rodríguez