Diseña es la palabra. En su forma imperativa. Diseña tu vida, o al menos inténtalo. Diseña tu cuerpo (con una de esas cremas que te dejarán un estómago plano sin esfuerzo aunque te hayas bebido completo el Museo Heineken). Diseña tu casa, no importa que tenga 45 metros cuadrados. Hay que acostumbrase a las mini viviendas. Mira como viven en Hong Kong. Hay revistas del gremio que dedican a este tema una portada anual. Diseña tu sonrisa, y págala a plazos (porque todos sabemos que ni el tabaco, ni el té ni el café oscurecen los dientes. Y que a los dentistas que diseñan tu sonrisa no les va mal que les pagues mes a mes, para así poder diseñar ellos su hipoteca del barco).
Los diseñadores son héroes. No importa si aciertan o diseñan. Lo que importa es que diseñen. Los másters de diseño prometen una vida feliz, lejos de la tumultosa realidad laboral.
Diseñar es, en estos tiempos en los que se confunde la vida con el Instagram, sinónimo de felicidad. El que diseña controla, el que controla manda, y el que manda tiene, porque ha sido diseñado así, que ser feliz. No está Sancho Panza para convertir este axioma en dicho quijotesco, pero está claro que el hidalgo, de no haber sido protagonista del libro más divertido de nuestra literatura, hubiera elegido ser diseñador. Era ingenioso, ¿no? El ingenioso diseñador Don Quijote de la Mancha, suena bien. Y merecería una portada, porque del diseño, de sus derivadas, y de cómo lo ve el periodismo es de lo que va cada número esta revista. No son molinos lector, son prototipos.
Artículo publicado en T Magazine por Andrés Rodríguez