Tadao Ando no deja de peinarse mientras recibe a T Spain. El choque de culturas es evidente. No tanto porque si el entrevistador se peinase durante la entrevista parecería que está rastrillando un jardín japonés ante su falta de cabello, como porque en nuestra cultura latina sería una falta de respeto durante la conversación.
Confieso que tanto ajetreo capilar en una melena otoñal, teñida de matices violáceos, me inquieta. Pero no tanto como el sonido profundo, gutural, de la voz del maestro.
¿Cómo se compensa el exceso de entusiasmo al haber recorrido exactamente 10.680 km para este encuentro? Conocemos con precisión el factor de corrección que mejora la deriva cuando navegamos. Sin el GPS (en manos del Departamento de Defensa Norteamericano) nos perderíamos por la Medina de Fez, las tabernas de Lavapiés o entre los turistas del Borne.
Es julio. Llego demasiado pronto. Frente al estudio, escondida, como si no quisiera vender nada, hay una tienda de ropa americana usada, regentada por unos hipsters que se ríen mucho cuando les cuento que vengo de España. ¿Conocéis a Mr. Ando? “Sí, claro que sí”, responden. “¿Qué tal es?”, pregunto. “Es un buen vecino. Saluda siempre”. Agradecido por la información les compro, más por hacer tiempo que por convencimiento, una camisa de manga corta y para agradecérmelo me regalan un pene de juguete que si le das cuerda brinca.
Agradezco juntando las manos en namaste el presente mientras que los dos japoneses, vecinos del arquitecto más elegante del mundo, se ríen a carcajadas, con onomatopeyas, enseñándome sus dientes tan blancos como el arroz escurrido del nigiri. Ando me recibe peinándose pero el periodista en el bolsillo lleva un pene saltimbanqui.
Artículo publicado en T Magazine por Andrés Rodríguez