Colecciono moscas pero no estoy loco… ¿y qué?”, cantaba Germán Coppini arreando la lírica de su grupo Golpes Bajos
(Devocionario, 1984). Le echo mucho de menos. Esa melancolía punk del cántabro me falta en noches de luna nueva. ¿Y a ti?
¿Tú qué coleccionas? Ángel Cristo coleccionaba cicatrices de felino domado. Teresa de Calcuta, montañas de amor de los mendigos de la casta más baja. El tío Gilito también coleccionaba montañas, pero de monedas de oro. Dicen que Matahari, conquistas. Buster Keaton llevaba un registro de muecas. Larry Gagosian –el marchante de arte norteamericano propietario de la galería de arte contemporáneo que lleva su apellido–, algunas de las piezas de sus representados para su colección particular. Jack Sparrow, curdas y tropezones. Gila, monólogos en YouTube. Sabina, ripios. Charlie Rivel, aullidos. Picasso, amantes. Tita Thyssen, portadas de revistas. Loquillo, trajes de sastre. Y el Real Madrid, copas de Europa.
Le pregunté a Larry Gagosian si los coleccionistas, sus amigos/clientes coleccionistas, gastaban el dinero en obra para robarle a la vida tiempo con la posesión de piezas inmortales. Con la habilidad de un tahúr me contestó:
“Algunos sí. Otros solo quieren tener protegido el dinero por si la economía se derrumba. Cada coleccionista es un mundo propio”. Y ahí me vino la canción de Coppini. ¿Dónde estarán las moscas que guardaba?
Artículo publicado en T Magazine por Andrés Rodríguez