Hago memoria, me hago bicho bola y rasco en mis recuerdos en busca de dónde viene mi pasión por el interiorismo. Boceto de manera borrosa una tarde de invierno, acompañando a mi padre en un Renault 12 color amarillo natillas y esperando a mi madre salir de clase. Apenas en la treintena se había matriculado en la Escuela de Artes y Oficios de la calle San Bernardo. Aquellos estudios fueron, no sé si mi madre lo intuye, muy importantes en mi formación. En la mía, me refiero. Que estudiase decoración fue la primera señal de que tenía una madre moderna y también de que la modernidad iba a ser para mí una actitud: simplificando el concepto, dejar abiertas las ventanas en invierno y sentir el verano al fresco viendo pasar la vida.
En aquellos días de la EGB entró en casa una revista francesa, Art et Décoration (editada por primera vez en 1897), que a mi padre le parecía un gasto (digno de estudio, de ser contabilizado, a veces exagerado) a controlar. “Me han dicho en la escuela que tenemos que comprarla cada mes”. No recuerdo si yo entonces entendía la revista –me refiero a su contenido, a su propuesta de interiorismo francés, clásico, de finales del XX–, pero sí que me inoculó el veneno del papel cuché y el lomo americano. Esta revista no estaría en tus manos sin aquellas páginas vividas en Art et Décoration, y tampoco sin la colección de Casa y Campo, hoy quebrada, que un día ya tuve que desterrar del hogar con la excusa de alguna mudanza.
Aún hoy le guardo a mi madre todas las revistas de interiorismo y decoración que compro en mis viajes. Da igual que estén en alemán o chino, se las guardo y se las llevo como una manera de afinar en el mismo tono.
Desde aquí os invito a conocer nuestra redacción, el cuartel general en el que imaginamos esta revista, un lugar que dice cómo somos, quiénes somos y cómo queremos vivir. Escríbenos, tenemos revistas “extranjeras”, muebles de diseño y buen té.
Artículo publicado en T Magazine por Andrés Rodríguez