55 razones para ser optimista

A mis 55 castañas cumplidas esta semana me siento un chaval si no fuera por algún que otro hueso que rechina. Tardaré en pillar el próximo capicúa once años, en esta columna le espero. “Un pesimista ve la dificultad en cada oportunidad; un optimista ve la oportunidad en cada dificultad”, dice Wikipedia que dijo Churchill. Pienso lo mismo. Estos son tiempos de oportunidades, la bonanza es narcotizante, la necesidad agudiza el ingenio.

Comparto mi gratitud de estar sano y lleno de ilusiones con usted lector, si le apetece participar en las redes podemos conversar. Adjunto 55 ilusiones por las que disfrutar de estar vivo, pero hay muchas, muchísimas más.

Firmo ahora mismo por escribir esta columna hasta que cumpla 66. Recuperaremos nuestra economía, aunque no sabemos ni cuándo, ni cuántos quedarán en los márgenes. A los que queden tenemos la obligación de cuidarlos. Nada de olvidarse.

Me gustaría conocer a David Ruiz, patrón del Thor Cinco, que navega estos días el Mediterráneo tras cuatro años dando la vuelta al mundo. Su cuaderno de bitácora es una de mis recomendaciones imprescindibles.

Echarse una charleta en la cocina, donde siempre estuvo el hogar, intentando cocinar el delivery de El Celler de Can Roca y Óscar BBVA Moya. Por una suscripción de 70 euros mensual los tres deciden que cocinarás, tirando de sus mejores proveedores, con la bodega recomendada por Pitu Roca. Yo he descubierto ayer el vino Gresa con D.O. Monsant. Fantástico.

Hacer trabajar la panza con una zambullida en los arroces de José Luis García-Berlanga, el tercer hijo del director. A José Luis quise comprarle la biblioteca erótica de su padre pero no hubo acuerdo. También quiero ver enamorarse a mis mellizos. Me da la impresión de que les queda mucho, pero es porque no quiero admitir que no queda nada. Seguir aprendiendo con la obsesión de Carlos “Subterfuge” Galán por conectar en una sola galaxia el quién es quién en la industria musical nacional. ¡Querido Daniel Gavela este chaval necesita un Ondas!

Cultivar mi jardín como Peter Sellers en Bienvenido Mr. Chance. Dormir a bordo, con un ojo cerrado y el otro abierto por si el barco rola. Recuperar mi podcast DrJazz (los diez primeros episodios deambulan por la red de redes y aún son actuales). Atacar una montaña de picos con ensalada campera en Casa Agneta mientras me recreo en el mapa mantel de las pitiusas. Hacer juegos de sombras con la luna llena de agosto, la noche del 4, sobre el Pla de Corona. Tirar de piernas y subir los 350 escalones del Faro de Cabo de Palos e imaginar el duro rescate del hundimiento del Sirio. Apretarme un guiso de pelotas de pava en La Aparecida (no intentarlo si hace calor). Un viaje en furgoneta por los alpes suizos. Ver reír a María.

Inventarme alguna revista más (alguna idea tengo en el cajón). Cantarle a San Fermín el año que viene. ¡Gora! Ver de nuevo torear a José Tomas, donde el quiera, cuando el quiera, no sé si exagero pero… cueste lo que cueste.

Volver a India (Mother India) y ver cuánto picante aguanto sin un buche de Kingfisher. Esperar a la próxima primavera. Aspirar a ojos cerrados el olor del Ocimum basilicum, una hierba aromática nativa de Irán, India, Pakistán (albahaca de toda la vida, vamos). Visitar las grandes secuoyas de la Sierra Nevada en California y si me da tiempo, aprovechar el viaje para dejarme la barba como Rick “Johnny Cash” Rubin.

Celebrar los 50 años de democracia con una botella de Mauro blanco. Disfrutar de pertenecer a la primera generación que ha vivido sin guerras, aunque mi padre me dijese como a ti: “A vosotros lo que os hace falta es pasar una guerra”. Dejarme transportar por un coche automático mientras me abandono a resolver “Las 7 diferencias” de La Vanguardia. Pilotar un helicóptero, pero de esos que pueden aterrizar sobre la mar, y sobrevolar Formentera al amanecer.

Fregarle el barco a Didac Costa para que zarpe bien lustroso rumbo a su nueva Vendée Globe.

Confiar. Abandonar Kyoto habiendo visto todos sus jardines. Confiar en la política. Zambullirme como Dios me trajo al mundo con mil metros de agua debajo de mis pies. Volver a votar.

Ascender al Nanga Parbat (8.125 m) o al menos planearlo. Aprender de motores. Vacaciones en Ruanda, por ejemplo en el Resort Bitase Lodge, para visitar el Parque Nacional de los Volcanes. Mandar al exilio el teléfono al menos un mes. Escribir la próxima columna mi Valentine (tiene cinta). Visitar la casa museo de Louis Armstrong en Queens. Apuntarme como becario a la producción de la tercera temporada de Our Planet. Le escribiría los guiones gratis a David Attenboroug (94) solo para escucharle locutarlos. Un gin tonic en el Club Matador en la mesa corrida con amigos del colegio.

Instalar un teléfono góndola y aprenderme de memoria al menos diez números a los que llamaré girando la rueda, y claro, equivocándome. ¿Quién contestará al otro lado cuando se me escape el dedo? Renovar mi abono en Las Ventas. Montar una floristería sin ánimo de lucro. ¡Floristería El esqueje rebelde! Dormir bajo el techo de mi Kombi 56. Montar el campeonato mundial de gazpacho. Desempolvar el tirachinas.

Hacerme diputado. Publicar mis correrías como editor. Islandia en el viejo Land Rover Defender, el nuevo no me mola. Documentar la historia del trovo murciano. Aliviar mi biblioteca. Comprar más libros. Positivar mis fotografías. Beberme los vinos buenos. Apuntar frases de esas que te hacen suspirar: “El optimismo es la locura de insistir en que todo está bien cuando somos desgraciados” (Voltaire).

Artículo publicado en El Español por Andrés Rodríguez

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