Hola, chata, ¿cómo estás? ¿Te sorprende que te escriba? Tanto tiempo es normal. Pues es que estaba aquí solo y me había puesto a recordar. Un 20 de abril (1693) muere el pintor Claudio Coello y pasa a convertirse en calle. 280 años después, en la misma calle, Carrero Blanco salta por los aires. El régimen anuncia la noticia como una voladura de gas.
El 20 de abril de 1808 nace Napoleón Bonaparte… III. El mismo día, 81 años después, viene al mundo Adolfo. Su apellido nadie lo quiso más: Hitler. El mismo día de su primer llanto, tan sólo 18 años antes, el Congreso de EE UU deroga el Ku Klux Klan. Y basta redactarlo y situarlo en la etérea cuadrícula del tiempo y el espacio para que el vello se erice.
Un 20 de abril de 1902 Marie avisó a gritos a su marido Pierre porque había conseguido aislar el radio. Cada vez que las enfermeras se salen de la habitación para que te fotografíen un hueso, acuérdate de abril, y mientras te retratan el esqueleto como en los cromos de zombies, cuenta hasta 20.
Tan sólo diez años después, el autor de Drácula, el responsable último de que Francis Ford Coppola aunase vampirismo y erotismo, Bram Stoker, se despide del mundo de los mortales. Se quedó sin ver cómo la República Italiana, también un día 20, decide cargarse la fiesta del Primero de Mayo en 1923, aunque luego volvería a instaurarla, que para algo allí al currelo le llaman lavoro.
Un 20 de abril de 1961, en menos de cien horas, fracasa la truculenta invasión de la bahía de Cochinos. Mientras la CIA se pega un chapuzón, Castro captura 1.200 prisioneros y lo utiliza para ensalzar su leyenda.
En 1992 se inaugura la Expo de Sevilla. El Grupo 7 lleva meses intentando limpiar las 3.000 viviendas de jaco. Los mejores guitarristas del mundo se reunieron, contratados con dinero público, para amenizar las jornadas. En primera fila, viendo los ensayos, vi a un tipo con chándal gris y capucha puesta. Nunca me habían temblado antes las piernas tanto. Subí al escenario, le entregué un bolígrafo y la entrada del concierto. Ni siquiera me miró y echó un garabato. Era Bob Dylan. La entrada está escondida en uno de los libros de mi biblioteca. Algún día la encontraré.
Un año después, el mismo 20, muere Cantinflas. Desde entonces al arte de hablar sin decir nada se le llaman cantinflear, y en política hay grandes expertos. Gracias, Mario Moreno.
Si por casualidad el 20 de abril del 14 cae en tus manos esta revista, o escuchas la canción que escuchaba yo escribiéndola, que sepas que está todo por hacer. Saca la armónica del bolsillo y sopla. ¿Recuerdas aquella noche en la cabaña del Turmo? Las risas que nos hacíamos antes todos juntos.
Artículo publicado en Esquire por Andrés Rodríguez